sábado, 16 de mayo de 2009

Saudade

Mis primeros escritos en prosa se los enseñé al marido de una por entonces amiga, un hombre mayor que escribía unas historias sórdidas y bien tejidas, precisas como bombas de relojería. Aquel señor leyó mi manuscrito y me dijo que lo que más le había llamado la atención era la nostalgia que destilaba mi historia, nostalgia de una época -el esplendor de la nueva trova- que yo no había vivido o si la había vivido debía ser tan niña que era raro que me acordase y que manifestase aquel gusto por unas canciones que me eran ajenas y que sin embargo estaban ahí, en mi texto, "como si hubieras vivido en otra vida", concluyó. A mí me gustó que me descubriese esa parte de mí que yo desconocía, y también me asustó, pues fue como descubrir que alguien me había dictado aquella historia al oído, alguien más viejo que yo, con más vivencias y desde luego con muchísima más melancolía que la que podía haber acumulado a mis veintipocos años.
Aquel comentario se me quedó grabado por ser uno de los primeros que sobre mi obra vertía alguien, más siendo alguien cuyo criterio venía avalado por los años y por su quehacer literario. Más tarde he vuelto a pensar en esto en esas ocasiones en que me invade una melancolía inexplicable, inconmensurable, ancestral; una tristeza tan grande que no se resuelve con expulsar del cuerpo unas pocas lágrimas, algo profundo, gratuito y sin aplicación posible, como el amor pero a la inversa, un dolor hacia adentro, debajo del estómago, una penita que me impide reír a carcajadas y que se acentúa algunas noches hasta empujarme a dar cabezazos contra la pared.
A veces pienso si no habrá algo de brujería en todo esto, algo así como un karma, unas manos detrás del telón moviendo los hilos de mi vida, pues son ya muchas coincidencias; que el día de mi nacimiento un amigo de mi madre me escribiera un poema que terminaba así: "álzate, niña y vuela que a tus pies/ pendientes de tu risa hay todo un mar/ de tiernos corazones". Todo un bautismo poético en mi nacimiento, y yo sin sentir la poesía hasta que un buen día tocó a mi puerta, y fue como una fiesta a la que hubieran venido todos: mi abuelo Juan Ferrer con su guitarra, mi madre con sus boleros, mi padre con su silenciosa sensibilidad, todos presentes en ese ritual de entregarme la lira, de quitarme la venda de los ojos y descubrirme que en la paleta de la vida existían, además de los colores primarios, toda una serie de matices que a veces, muchas veces, se inclinaban hacia los tonos ocres del otoño, esos que en mi niñez aborrecía, pero que ya entrando en la etapa adulta encontraba confortables, apropiados para expresar mis recurrentes estados de abulia.
Definitivamente creo que hay algo de magia en todo esto, magia sin artificios, de verdad. Creo que los melancólicos compartimos un lenguaje común que nos hace reconocernos en la multitud, como se dice que hacen los enanos.

1 comentario:

El Loco dijo...

Este post me gusta mucho también.

Saudade es una palabra muy bella, creo que en español o inglés no hay una que exprese exactamente eso.

Alguna vez una amiga brasilera me dijo:

"Eu tengo saudade por voce"

y mi pícara cubana mente pensó en mil cosas menos en lo que ella quería decirme.