jueves, 13 de octubre de 2011

La cabra siempre tira al monte

Tanto tiempo abdicando de mi instinto exhibicionista, tratando de que no se me vieran los ojos de loca, la cara de loca, la sonrisa de loca de remate y total "la cabra siempre tira al monte": estoy cada vez más loca, y sin embargo este verano no he escrito ni una línea. Queda demostrado que el blog no es el culpable de mi perdición.
Además, ya llega el otoño y con él el sosiego, la siesta melancólica después del almuerzo, los paseos al anochecer por calles solitarias con olor a humedad, la sensación pegajosa de estar condenados a este fin del mundo adonde quiso el destino que fuéramos a parar. (Cuando digo fin del mundo me refiero a cualquier lugar donde nos encontremos en el que parezca que nunca pasa nada). Ya sé que podría ser peor, pero como quejarse es gratis, siempre nos quejaremos, aunque sólo sea por joder.
Este verano me ha traído gratas sensaciones, y también algún que otro rapapolvo. Todo para crecer (consuelo). Que lo que no te mata te fortalece, dicen. Aunque siendo sincera, yo hubiera preferido un crucerito. Hay dolores inútiles, prescindibles.
¿Qué pasaba en mi alma? Me pregunto; ¿qué espíritu burlón me poseyó, haciéndome sentir tan incompleta? ¿Cómo pudo olvidárseme mi estirpe, noble y despreocupada? Constantemente me olvido de mí misma: diga, doctor, ¿es eso Alzheimer? Viejo cabrón...